9.16.2010

Cadira




La cadira que poden veure retratada es diu “Neo Romántico Sostenible” i ha estat dissenyada pel senyor Miguel Milà –Barcelona 1931-, que a més de ser un dels professionals de més prestigi del país pertany a una família que porta l’estil com una segona pell.

La cadira que origina aquest comentari pot semblar poca cosa o senzilleta o a l’abast de qualsevol fuster de barri, però l’ha pensat i desenvolupat el senyor Milà al seu estudi de la plaça Sant Jaume, al costat de l’ajuntament de Barcelona, aportant a la feina coneixements, experiència i una sensibilitat indiscutible que ha marcat la seva trajectòria i ens ha regalat maravelles de puresa com la làmpada de peu TMM o la xemeneia Milà entre d’altres.

Aquesta cadira de nom curiós està pensada pel seu ús públic i ara mateix la podem veure als parcs de nombroses ciutats al costat de la versió llarga –un banc- o d’un banc doble que sorprèn per les seves proporcions i per la seva lleu ironía. Ha d’aguantar cops, cremades de cigarretes, plujes, freds, nevades i pipis de gossets adorables. S’ha de puguer fixar al paviment amb un sistema invisible i ha de servir sobre tot per permetre el descans o la conversa o la lectura o l’observació del paisatge urbà per part dels ciutadans. Poca broma.

La família Milà té el bon gust com a element distintiu. L’arquitecte Alfonso Milà, malhauradament mort fa pocs anys, em semblava un home excepcionalment elegant quan coïncidia amb ell al restaurant “Flash Flash”, que va dissenyar junt amb el també arquitecte Federico Correa pel fotògraf Leopoldo Pomés i que segueix exhibint un aspecte d’envejable modernitat al cap de quaranta anys llargs d’existència intensissima.

L’altre germà dissenyador, el Leopoldo, va crear en el seu moment una de les motos més maques de la història, la Montesa Impala.

Alguns dels Milà de la generació següent han preferit els mitjans de comunicació o l’audiovisual amb èxits notables.

Hi ha famílies així, com els Regàs o els mateixos Milà o d’altres que he tingut la sort de conèixer, amb una forma especial i particular de relacionar-se i de transmetre les millors sensacions als seus interlocutors habituals o ocasionals o fins i tot a la feina que duen a terme. Com un segell o una marca a l’aigua impossible de copiar.

Em sento orgullós d’aquesta ciutat quan trobo als parcs dels barris perifèrics o menys afavorits mobiliari urbà de qualitat, situat de determinada forma per propiciar la convivència, el diàleg o la lectura del diari. Papereres que compleixen perfectament la seva humil funció, bancs que recolzen el gest amorós de les parelles o cadires que permeten al solitari dedicar-se al voyeurisme sense que ningú l’emprenyi.

Pierre Roca

9.07.2010

Myrurgia


Durante muchos años me he afeitado con ayuda de las barras de jabón de afeitar Myrurgia.

El producto empezó a escasear hace un lustro y al cabo de un tiempo el dueño de la droguería-perfumería en la que lo adquiría me dijo que se dejaba de fabricar, que era cosa antigua y que la casa Myrurgia iba a lo moderno, cómo su nombre quizá no indique.

A raíz de esa noticia inicié una minuciosa y casi detectivesca busca del jabón con el que tan bien me había rasurado durante años. En cuanto veía una perfumería antigua, vieja o mejor aún destartalada entraba preguntando por las preciadas barras y adquiría las que tenían. Recuerdo emocionado une pequeña tienda situada en la calle Escocia, al norte de Barcelona. ¡ Salí de ella con dos cajas enteras !

Terminadas las existencias al cabo de un par de años me vi en la obligación de adaptarme al mercado y recurrir a otras marcas de jabón de afeitar en barra. En la actualidad sólo dos marcas fabrican ese producto. La calidad, el sistema de fijación del jabón en el soporte de plástico e incluso el aspecto están a años luz de mis inolvidables barras de toda la vida.

Las barras de Myrurgia se vendían envueltas hasta media altura en papel plateado, sólidamente fijadas en un zócalo de plástico marfileño y protegidas por un capuchón de plástico transparente que resguardaba el jabón de la humedad del cuarto de baño.

Lo usaba mojándome previamente la barba con abundante agua caliente y enjabonándola a continuación con la barra. Finalmente enjabonaba la brocha, mojada a su vez, y durante un buen rato me pincelaba la cara, mojando de vez en cuando el utensilio y prosiguiendo un masaje untuoso y placentero que recuerdo muy bien. La maquinilla se deslizaba después por la piel con suavidad, llevándose de paso todo el pelo inútil y quitándome de paso varios años de encima.

Las barras de Myrurgia eran además un objeto precioso, esencialmente masculino incluso por su forma fálica y que apetecía tener a la vista, exhibiéndolo y dejando clara mi pertenencia al club de los que apreciamos las cosas buenas.

Me sorprende que productos que se venden por sí solos como el que estoy comentando se dejen de fabricar por muy discutibles razones de mercadotecnia. En lugar de optar por la solución más facilona se podrían promocionar mediante una adecuada campaña de imagen, retocar su precio al alza y posicionarlos en la categoría de lo clásico como algunas colonias u otros productos –pienso en la incombustible loción Floid para después del afeitado- con innumerables años de buenos y leales servicios.

Lamento no poder ilustrar este texto con una foto de las inolvidables barras de jabón Myrurgia para el afeitado.


Pierre Roca

9.04.2010

Elegancia


Se sigue vinculando a menudo la elegancia al lujo, a lo exclusivo o a lo caro, cuando ninguna de esas circunstancias es necesariamente elegante.

Ese tipo de elegancia que tan solo supone pasar por caja se manifiesta especialmente en los momentos de bonanza económica. Determinados grupos industriales crean marcas que posicionan en el segmento de los precios disparatados a golpe de campañas de comunicación que a menudo rozan el esperpento y casi siempre el ridículo. Se vende ante todo la presencia visible y ostentosa del logotipo en las prendas, bolsos de mano, gafas, relojes o cualquier otro adminículo de escasa calidad, fabricado generalmente en países del tercer mundo y publicitado mediante la presencia remunerada de estrellas del cine y de otros personajes que frecuentan las páginas de papel couché. Couché, curiosamente, significa acostado o echado...

Quien no se distingue más que por una fortuna conseguida a la velocidad del rayo tiende a difundir la buena nueva de su potencial económico moviéndose en lugares flagrantes, a bordo de vehículos que no lo son menos y vestido con ropa de marcas cuyo logotipo puede verse a varios metros. Es el llamado “bling bling”.

La elegancia es cuestión de actitud y de generaciones, no de circunstancias fortuitas o sobrevenidas. He conocido gente humilde de impresionante elegancia innata e innumerables representantes del dinero fácil, del famoseo o de las profesiones consideradas en la cresta de la ola que por mucho que inviertan fortunas en marcas supuestamente exclusivas no consiguen ser ni parecer elegantes.

La familia y en consecuencia el origen, la educación de base –que no la enseñanza- transmitida desde el momento del nacimiento, el criterio –hijo de lo anterior-, la cultura que se adquiere sin solución de continuidad y el permanente replanteamiento del papel de cada uno de nosotros en la sociedad son ingredientes fundamentales sin los cuales cualquier propósito de elegancia no va más allá de la pretensión fugaz.

Añádase a lo escrito el respeto ilimitado por cuanto nos rodea -personas, entorno, patrimonio- y la voluntad de servir de uno u otro modo al colectivo sin por ello hacer alarde de conocimientos, capacidades o poder. Sin por ello humillar, sin por ello querer destacar o sobresalir a costa de los demás. Todo eso, por curioso que les parezca, es lo esencial de la elegancia.

Las prendas de cashmere, el estilo y lo intangible que transmite la gente elegante llegan a partir de lo que les acabo de describir en forma de saber estar, de actuar y de relacionarse. El destilado resultante se convierte en personalidad y de ahí, de toda esa mezcla compleja, variable y difícilmente descriptible y de sus innumerables matices se llega a la leve pero significativa diferencia que sitúa a cada uno en su lugar.

Una dama incuestionablemente elegante afirmaba hace poco que es necesario hablar ligeramente de las cuestiones graves y gravemente de lo ligero. Hondura y levedad.

Elegancia. Sin más.


Pierre Roca