9.25.2009

Recursos humanos.

La tendencia creciente a no llamar las cosas por su nombre determinó hace unos años la adopción de la expresión “recursos humanos” para referirse al personal de una empresa.

Aclarada esta cuestión les cuento que me sigue fascinando la insistencia de buena parte del empresariado español, que considera los mencionados recursos humanos cómo un gasto –casi un castigo divino- en lugar de considerarlo una inversión que debe trabajar a favor de la empresa, optimizar sus resultados y redundar finalmente en más y mejores beneficios que el empresario, si es listo y tiene visión de futuro, repartirá de modo equitativo.

La consideración apuntada lleva implícita la actitud bien conocida en nuestro país a la hora de seleccionar candidatos para un puesto en la empresa: se elige sistemáticamente –salvo en muy escasas y honrosas excepciones- a los más jóvenes, que serán menos remunerados y a los que será más fácil obligarles a firmar contratos vergonzosos. La experiencia no cuenta.

En las empresas de servicios la actitud descrita es especialmente sorprendente, puesto que en el sector terciario el empleado es el vínculo entre la empresa y el cliente. Si el empleado –el recurso humano- se sabe mal pagado y peor contratado, si se siente despreciado, si no se le considera ni se tienen en cuenta sus puntos de vista desde la línea de fuego del negocio, si desarrolla su función con la única esperanza de la fiesta semanal y el cobro, si todo ello es así su respuesta ante el cliente es de la misma calidad, la imagen que proyecta es negativa y el rastro que deja en el subconsciente del ya mencionado cliente es negativo.

Tengo a mano ejemplos de grupos de hostelería, parques de atracciones, empresas públicas, corporaciones bancarias o empresitas de tres al cuarto cuyo único parámetro a la hora de seleccionar personal es la posibilidad del menor sueldo posible y la de imponer horarios o calendarios laborales leoninos y por supuesto al margen de las normas y reglamentos, dando por supuesto que la necesidad mantendrá cerradas las exigencias y las bocas de los damnificados.

Cuando se habla de productividad en la piel de toro se debería tener en cuenta para empezar que el empleado maltratado es un ser desmotivado y no suele estar dispuesto a mayores exigencias.

No se valoran sus esfuerzos ni sus ideas ni su posible implicación en los procesos, estrategias o proyectos, dejándole al contrario al margen de cuanto desborda su dedicación más inmediata, en una patética demostración de desconfianza fruto, cómo es bien sabido, de la inseguridad de la cúpula empresarial y a su vez de los sucesivos estamentos orgánicos.

La productividad, la optimización de la calidad, el perfeccionamiento de los procesos y el mejor servicio al cliente se consiguen mediante la implicación directa de todos y cada uno de los individuos implicados.

La seguridad del criterio de los máximos gestores se traslada a la dirección intermedia y de ésta a las bases, todo ello mediante una adecuada comunicación interna que ponga de relieve en todo momento el valor de todos y de cada uno de los miembros del proyecto. De este modo la suma de todas las energías trabaja en la dirección adecuada.

Más que nunca es ahora el momento de facilitar, flexibilizar y otorgar confianza.

Más que nunca la retribución debe calcularse en función de los resultados de cada uno, a su nivel.

Momento de cuestionar la presencia del empleado en la sede corporativa si la función puede desempeñarse desde su domicilio y de plantearse la idoneidad de los horarios rígidos excepto en lo referente a la atención al público, siempre que dicha atención no pueda efectuarse en línea.

Momento, sobre todo, de considerar los recursos humanos de la empresa cómo aliados, socios o parte muy implicada en su devenir.

Inversión. No gasto.


Pierre Roca

9.18.2009

Patriotes.

Els patriotes d’altres països europeus que conec, fonamentalment suïssos, francesos, alemanys i belgues, són gent com vosté i jo, raonablement contents d’haver nascut i de viure on els ha tocat.

Treballadors, comerciants, financers, creadors, gent de la comunicació, futbolistes o artistes. Afiliats o no a partits de tot el ventall parlamentari, esquerrosos aferrissats o partidaris de la dreta, europeistes o nacionalistes o autonomistes.

Contents i orgullosos de ser francesos o alemanys o suïssos o el que sigui.

El primer de maig, per exemple, el comunisme francès desfila, es manifesta i es fa notar. Tots amb insígnies amb la falç i el martell, tots amb la bandera tricolor del seu país. Orgull de ser francesos i comunistes. El mateix passa a la resta dels països europeus que conec.

Tota aquesta gent es declara patriota, partidaria del seu país i enamorada de la terra que els ha vist néixer o que els ha acollit. S’emocionen amb l’himne, el canten quan sona als esdeveniments esportius, s’omplen la boca amb les excel.lències del seu país i converteixen l’orgull en realitat cuidant l’entorn, la terra, les ciutats i el paisatge. Practiquen el patriotisme real amb feina real, una actitud real i aportacions reals i amb un sentiment nacional allunyat de qualsevol ombra de feixisme.

El resultat visible és que, posant un exemple senzillet, si seguim el “Tour” de França per televisió veiem un país cuidat, una “campagne” preciosa, poblets insignificants pulcres, ciutats de província delicioses i carreteres que semblen dibuixades. Cada ciutadà cuida la seva part de país –la façana de casa, el jardinet, l’hort, la finca, la botigueta de barri o el magatzem- i la suma de tot plegat és el que veiem mentre els ciclistes pedalegen.

Els patriotes d’aquest país nostre –els que conec i ho proclamen- s’omplen la boca de pàtria i procuren saltar-se indefectiblement alguna norma urbanística o llençar la runa al revol d’una carretera secundària o deixar mobles vells al carrer quan els hi dona la gana. Procuren pagar menys i fer treballar més als treballadors que tenen empleats, sobre tot si són immigrants sense recursos. Estafen l’Estat amb els impostos, han evadit capitals mentre els ha estat possible, construeixen on volen amb la complicitat d’altres patriotes funcionaris, es carreguen l’entorn i critiquen sistemàticament el govern sense aportar alternatives ni posar-se a fer feina.

Si els deixessim buidarien el mar en dos dies, ens deixarien sense boscos i convertirien els rius en clavagueres per estalviar-se la depuració.

Viatjant pel país podem estimar la densitat de patriotes –dels nostres- per metre quadrat en funció de l’estat del que veiem. Si els pobles són lletjos i descuidats, si els plans urbanístics són caòtics o inexistents, si els camps es decoren amb cadàvers de vehicles rovellats, si les construccions industrials o les urbanitzacions es veuen inacabades i destrossen el paisatge i fan mal als ulls i donen una péssima imatge del país és que els patriotes locals fan de les seves sense control, sense respecte pel patrimoni de tots i carregant-se sistemàticament el que toquen.

Es pot dir el mateix de les nostres ciutats. Si us sorprèn la presència d’una botiga horrorosa entre edificacions interessants no ho dubteu: el patriota local és a prop.

Cito un comentari de l’arquitecte Oscar Tusquets referint-se a l’obra de l’arquitecte finlandès Alvar Aalto: “no hem de perdre de vista que vivía a Finlandia, un país on no he vist mai coses lletges. És cert que a Itàlia hi ha coses d’una bellesa indescriptible, però la resta del país sembla Espanya”.

Ara mateix m’agafen ganes d’un viatge per la “campagne” francesa.


Pierre Roca

9.15.2009

Derechos.

El actual sistema de recaudación de los derechos de autor es obsoleto, complicado, excesivamente complejo e ineficaz. La irrupción de la galaxia virtual en el panorama de los contenidos ha supuesto un golpe letal para la mecánica del cobro de derechos y su posterior reparto a los autores, intérpretes, arreglistas y otros derechohabientes.

A pesar de los intentos, de las maniobras y de los inventos para volver a la situación anterior la cruda realidad se impone, traduciéndose en la imparable cantidad de descargas, de copias piratas y de procedimientos al alcance del público que permiten hacerse con en contenido en cualquier fuente y repartir la buena nueva –léase la obra- hasta la saciedad y sin pasar por caja.

A estas alturas es evidente que la guerra está perdida y que más que empecinarse, las sociedades de autores y los mismos autores deben buscar de forma urgente otras formas de retribución de su trabajo.

Desde hace pocos años los conciertos –el directo- han sido la alternativa, ante la drástica caída de la venta convencional de discos. El meollo de la cuestión se ha ido dejando de lado, cediendo posiblemente a la presión, en España, de la todopoderosa SGAE –Sociedad General de Autores de España-, que intenta perpetuar sus poderes omnímodos y su santa alianza con la Administración.

Desde mi punto de vista la retribución de las obras debería afrontarse según el viejo y bien engrasado procedimiento de la oferta y la demanda.

Si determinado autor llena palacios de deportes, campos de fútbol, programas de televisión y sintonías radiofónicas, quien desee representar su actividad deberá pagar más dinero por esa exclusiva. El precio de las entradas de los buenos será más caro, el de los menos buenos más barato.

Si se contrata el autor a la baja y su éxito crece como la espuma, él mismo exigirá más dinero para renovar el contrato cuando finalice el anterior.

En cuanto a los discos, un número creciente de autores y de compañías discográficas los convierte en un lote de contenidos de cuidada presentación en el que se incluye la música, distintas versiones de video-clips, textos, ilustraciones, envoltorios lujosos y otros elementos que justifican el valor del objeto y que hacen casi imposible la copia del conjunto en su totalidad.

Al autor le interesa cobrar sea cual sea el procedimiento, pero a la SGAE, por poner un ejemplo, le interesa que no se le acabe un negocio cada vez más alejado del de sus representados.

Parece evidente que ha llegado el momento de inventar, sugerir, proponer e implantar nuevas soluciones, alejadas de los enmohecidos planteamientos que rigen la renqueante sociedad de los autores.

Es tiempo de simplificar, de racionalizar y de dar servicio. Tiempo de realidades, incluso en el campo de la imaginación.


Pierre Roca

9.08.2009

Consells.

És estiu. Plè mes d’agost. Fa calor com n’ha fet des de que tenim ús de memoria. La mateixa calor que descriuen els historiadors des de sempre. Uns anys més, uns anys menys.

Malgrat la tossuda repetició del fenòmen any rera any, malgrat el costum adquirit des de la infantesa de vestir-nos amb roba i teixits estiuencs adaptats a les temperatures habituals –un costum transmès de pares a fills des de la nit dels temps- malgrat tot això els mitjans de comunicació s’escarrassen aconsellant-nos coses tan peregrines com que no ens vestim amb roba d’hivern, que procurem no passar-nos hores al sol, que no fem esforços físics al voltant del migdia o que bebem quan tinguem set. També ens diuen que evitem les preparacions alimentàries massa calòriques, per exemple. Eviti, aconsellen, enfrontar-se a un estofat de bou amb patates i amb una bona capa de greix...

La reiteració dels consells fa que sovint busqui el mirall més proper per mirar-m’hi i asegurar-me que no faig cara de tontet. O no massa.

La moda dels consells absurds als mitjans –premsa escrita, ràdio i televisió- és relativament recent i tendèix a incrementar-se.

O bé els responsables dels mitjans esmentats ens prenen per més idiotes del que som o bé han trobat una forma barata d’omplir espais sense haver de comprar articles de fons o llogar becaris disfressats de reporters. També és possible que els dits responsables pensin que qui s’empassa el que venen no deu ser cap meravella i que convé aconsellar-nos, per si el seny no ens arriba per gestionar aquestes qüestions bàsiques.

Capítol a part són les cadenes de ràdio o televisió de titularitat pública. En aquest cas el menyspreu per la intel.ligència del ciutadà és flagrant. Els missatges als que faig referència s’hi repeteixen amb una insistencia digna de millor causa i s’amaneixen, a sobre, amb els divertits codis d’alarma que l’Administració s’ha inventat perquè els administrats –tots nosaltres- visualitzem la feina i els esforços dels governs per preservar-nos de qualsevol mal.

Un grau abans el nivell d’alerta és verd, per exemple, i un grau després se li atorga un inquietant color taronja. Cinc graus més i el color passa al vermell, avís de l’arribada inminent de les pitjors calamitats.

Per sort el poble és bastant més assenyat del que es pensa i el país segueix funcionant, adaptant ritme, horaris, activitats, vestimenta i aliments al que ens aporta la temporada.

Faig sovint l’exercici d’espolsar dels mitjans i de forma figurada les notícies prescindibles. Els aconsello de provar-ho. Els diaris no necessitarien gaire més de mitja dotzena de fulls, els resums de notícies de les ràdios durarien minut i mig i els pretenciosos “telediaris” en tindrien prou amb cinc o sis. S’imaginen el canvi ? Poden imaginar-se el descans, l’higiene mental, l’estalvi de paper i la frescor ?

Si portem l’exercici fins extirpar d’altres obvietats com preguntar-li a una mare que ha perdut el fill en accident si ho sent o les imatges de l’enterrament de qualsevol víctima o les de la façana de la casa on s’ha produit determinat fet –habitualment luctuós- o les del pagès mostrant calamarça “de la mida d’un ou”, si anem més lluny i aconseguim estalviar-nos el penós assetjament a qualsevol famós de quinta regional per saber si va compartir llit amb una rossa desconstruida, si ho fem i ho podem imaginar viurem instants d’una felicitat gairebé oblidada.

La felicitat d’un món en el que les converses no han de començar obligatòriament per la a. Poden començar per la eme o la erre, els interlocutors s’entenen i la fotuda palla sobra i podem prescindir-ne sense que passi res dolent.

Menys és més, recorden ?


Pierre Roca