7.25.2011

Confianza.

La confianza es el ingrediente esencial de las relaciones. De todas las relaciones. Amistad, negocio, sentimientos, política y cualquier etcétera que se le ocurra.

Muchas de esas relaciones fracasan cuando se quiebra la delicada estructura de confianza que las sostiene. Sin confianza nada es posible, por muchos y muy sofisticados mecanismos que se arbitren para substituirla.

Sin la dichosa confianza la amistad no es más que el remedo de ella misma y sin ella, sin la confianza, las relaciones sentimentales están abocadas al desastre a corto plazo.

En el caso de los negocios la desconfianza se menciona a menudo cómo una condición, o un ámbito de relación, por la que las partes han de pasar. Para suministrar determinada mercancía, por ejemplo, se requiere el pago previo o el depósito del importe acordado en una cuenta bloqueada. Se trabaja así al margen de la confianza en un ambiente poco propicio al incremento del intercambio mercantil.

En la política la confianza es un argumento vacío de contenido que se usa en el debate público con el fin, justamente, de conseguir que el votante otorgue su propia confianza a quien le pide el voto. Alcanzado el objetivo se aparca el compromiso y a otra cosa.

Es cómo cuando nos ponemos corbata para ir a una boda y a los pocos minutos nos la quitamos por la incomodidad de la prenda –sobre todo para quienes no acostumbramos a usarla- y en aras a una supuesta confianza que a menudo solo vive en nuestra imaginación.

Para entrar en las famosas listas el político ha de demostrar la confianza que inspira a los votantes. De ahí los paseos electorales por los mercados, el tuteo, la empatía de pacotilla, las promesas coyunturales que luego se matizan hasta la reducción a cero y las fotos en mangas de camisa, “summum” del acercamiento al pueblo llano. Por no citar las comidas en polideportivos, con cubiertos de plástico y autoservicio, o las paellas multitudinarias o las palmadas, cuanto más sonoras mejor, en las sufridas espaldas de los cabecillas de barrio.

Si la confianza se envasase, etiquetada y con fecha de caducidad, no tendría precio.

Los bancos que ahora conocen tiempos peores se darían con un canto en los dientes por unas onzas de producto. Y los astutos inversores, cuya astucia se ha esfumado al primer síntoma de crisis, alucinarían pepinillos ante la posibilidad de hacerse con unas migajas de la tan traída y llevada confianza.

Las compañías que suministran a la ciudadanía servicios tan relevantes cómo la telefonía, las líneas de Internet, el gas, el agua y la electricidad tendrían que acudir al mayorista, tan maltrecha está su credibilidad, alias confianza. No valdrían lamentos ni larguísimas esperas en las líneas de pago ni absurdas repeticiones de los datos de quien se atreve a reclamar o a pedir. Ni montañas de papel en el buzón ni sugestivas voces de acento extranjero que proponen el oro e incluso el moro.

Nada. Confianza pura y dura, sin aleaciones ni mezclas sospechosas. Confianza de la de toda la vida, sin retoques ni afeites ni cocciones a baja temperatura.

¡Confianza, coño!


Pierre Roca