Nos adaptamos a los cambios.
No hay más que observar el panorama de un país, el nuestro, que se creía hace un par de años fuera del alcance de cualquier crisis. El dinero fluía e influía, propiciando en la ciudadanía un estado de ánimos que nos llevaba a planear por encima de las realidades.
Muchos gastos que no nos hubiésemos ni tan siquiera imaginado unos años antes se abordaban con la confianza que la aparente duración eterna de las vacas gordas, debida en buena parte a la falta de análisis objetivos de la situación, propiciaba.
Con el primer susto, la pérdida de empleos, el descalabro de no pocas empresas y la incertidumbre llegamos a pensar que el Apocalipsis se había hecho presente, que no aguantaríamos el tirón y que el fin del mundo no andaba lejos.
Después, poco a poco y a fuerza de no contar más que con los recursos de a bordo, sin posibilidad de créditos, de tarjetas o de ayudas, hemos adaptado nuestra realidad individual a las expectativas colectivas.
Desembarazados de algunos gastos manifiestamente innecesarios hemos rescatado planes de ahorro y de pensiones que la banca, con la voracidad que la caracteriza, nos había prácticamente impuesto con un despliegue mediático y publicitario que rondaba a menudo la ilegalidad. Letras pequeñas nunca leídas y directores de sucursal cuya capacidad de convicción se acentuaba con la perspectiva de la comisión que aportaba cada nuevo contrato.
Lo mismo en casa. Las gambas frescas han pasado al apartado de las ilusiones, igual que los quesos de importación y los vinos descubiertos en los suplementos dominicales de cualquier periódico. El paso siguiente ha sido la progresiva adaptación de los proveedores. En el sector inmobiliario, después de pregonar durante meses que los pisos no bajarían ni así –cómo si fueran ajenos a la antigua e inmutable ley de la oferta y la demanda- se llegó primero a la negociación caso por caso –algo inimaginable unos meses antes- y después a los anuncios con precios tachados a lápiz rojo y precios de oferta reducidos de forma sustancial.
Los comestibles también se adaptan. Mayor diversidad de ofertas, calidades y precios. La visita de un mercado de referencia, pienso en la famosa Boquería, en Barcelona, es buen ejemplo de ello. Los márgenes se ajustan, el servicio tiende a mejorar lentamente y los compradores prestamos mayor atención a lo que nos proponen, practicando aquello tan antiguo de la elección. Esto sí, aquello no.
Rescatamos recetas de nuestra infancia. La sopa de tomillo –más barata imposible- los guisos, los pescados sin glamour aparente –valiente tontería- y las verduras, que ahora incluimos en la dieta por si al amor de la crisis conseguimos bajar unos kilos.
Los bares rivalizan en ofertas –bocadillo, cerveza y café con leche por 2,90- y los restaurantes, incluso los de mayor nivel, recurren a la cocina étnica –callos, escudella, migas, garbanzos y otras novedades- para bajar así el ticket sin por ello atentar contra la calidad.
Los pueblos mediterráneos tenemos facilidad para adaptarnos a las circunstancias sin por ello perder el buen humor ni las buenas costumbres. Media caña en el bar de la esquina, un par de chascarrillos y a recuperar la atávica tortilla de patatas en la mesa familiar. Tortilla, ensalada, fruta de temporada y una dosis de “reality” en la tele.
¿Quien da más?
Pierre Roca
5 comentaris:
Si señor, amigo Pierre.
Hace cuatro días que nos comíamos las gambas frescas como si fueran pipas. Parece mentira.
Menos mal que aún nos queda el buen humor, gente como tu y el Barça que nos da alegrías.
Vaig seguint la teva trajectoria als blogs.
Una abraçada.
Joan Cuní
Si, si. El Barça és un molt bon sustitutiu de les gambes. Gràcies per llegir-me Joan. Abraçada.
parece ser que el señor Laporta no se adapta muy bien a la sopa de tomillo y ya está empezando a meter la pata. Este hará lo que sea para volver a las gambas. Un abrazo. SANTI
Es que las gambas están muy buenas! Gracias por tu comentario. Pierre.
molt bonic el teu escrit de les botigues.L'altre dia vaig anar a la boqueria;compré siete galeras y otras cosas.Salí por la plaza de la Garduña y decidí ir a tomar un vermut de la casa y una anchova amb sevillanas a la bodegueta MONTSERRAT del carrer a on está el ROMESCU,entre Hospital y Sant Pau.Fueron muy amables y gasté 3,90euros. Recordé viejos tiempos sin demasiada melancolia.Fuera da el sol y han puesto tres mesas y dos barrilillos sin marca.Delicioso.un abrazo SANTI
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