Nunca he fumado tabaco ni cualquier otra sustancia, con la excepción de una época, en mi juventud, en la que intenté aficionarme a los puros habanos por cuestiones de apariencia y posiblemente de inseguridad personal. No me tragaba el humo, no conseguía llegar al final, me dejaban mal sabor de boca y a veces llegaban a marearme, por lo que un buen día decidí poner fin a ese intento de afición.
Defiendo ahora a machamartillo el derecho a fumar, a frecuentar establecimientos en los que se fuma y a trabajar o no trabajar en ellos.
La tendencia oficial que nos aflige asegura que prohíbe, amenaza y constriñe en nombre de nuestra propia salud, lo cual sería de agradecer en un primer momento si esa supuesta buena intención no despidiese un desagradable tufillo de hipocresía que la hace poco creíble.
Si tanto se preocupa el sistema por la salud de todos y de cada uno de los ciudadanos, ¿ Por qué razón no deja de beneficiarse de la venta del tabaco ?
Si tanto la afligen las muertes ocasionadas por el estigmatizado tabaco, ¿ Por qué razón no muestra parecida tristeza por los que perecen en las carreteras, en el trabajo o ahogados en nuestras playas ?
Las ministras y ministros concernidas y concernidos por la cuestión escenifican su eficacia a golpe de leyes, decretos y reglamentos que limitan día a día la capacidad de maniobra del ciudadano, por no usar la manoseada palabra libertad. Buena parte de esas normas no se aplican por la incapacidad intrínseca del sistema o se aplican mal o con criterios variopintos y una ligereza e irresponsabilidad sorprendentes. La mayoría se justifican además por el supuesto poder omnímodo de la UE, que viene copando desde hace unos años el espacio de lo que otrora era la decisión divina.
Los cambios en la normativa afectan y penalizan invariablemente el sector hostelero, que en el Estado que compartimos es de portentosas dimensiones y está en consecuencia muy atomizado.
Mostrando una incapacidad de maniobra notable, un desconocimiento conspicuo de los recursos del legislador y una nula propensión a la negociación y al diálogo, lo que se traduce en el habitual recurso a la imposición y al “ordeno y mando”, el Gobierno actúa habitualmente como si habitase una burbuja aislada del día a día de la ciudadanía, en un ejercicio de incoherencia y de creciente alejamiento de la realidad.
A unos cuantos millones de ciudadanos, fumadores o no fumadores, se nos antoja más sencilla la práctica del libre albedrío a la hora de entrar en uno u otro establecimiento en función de la posibilidad o imposibilidad de fumar en él. Lo mismo a la hora de decidir trabajar en un lugar frecuentado por fumadores.
Por mi parte y en lo respectivo a bares y restaurantes, prefiero los que haciendo honor a su nombre permiten que el cliente se solace fumando si es su apetencia, propiciando que las normas más naturales de convivencia faciliten sin reglamentos impuestos la coexistencia entre unos y otros, negros y blancos, hombres y mujeres e incluso entre fumadores y no fumadores.
Pierre Roca
1 comentari:
“A unos cuantos... se nos antoja más sencilla la práctica del libre albedrío a la hora de entrar en uno u otro establecimiento en función de la posibilidad o imposibilidad de fumar en él”
Totalmente de acuerdo, me sumo a tu reflexión. ¡Impecable!
Un abrazo,
Publica un comentari a l'entrada