10.04.2010

Huelga


La huelga es en sí misma un acto violento contra determinado colectivo o contra la sociedad. Un acto y una actitud equiparables a la bronca del matón de tasca, botella rota en mano.

La violencia se suscita cuando la capacidad –o la voluntad- de entenderse mediante la palabra es más bien escasa y lleva a una de las partes a la agresión a modo de último recurso y después de constatar su propia impotencia. Puños, bastón, arma de fuego, silicona en la cerradura, neumático pinchado, insulto o zarandeo.

En la huelga absurda, esperpéntica e irrelevante que el estado español ha sufrido el día 29 de septiembre los sindicatos, motor y brazo ejecutor del acontecimiento, se han llenado la boca de palabras como democracia o libertad. Frases del estilo “La huelga será una lección de libertad” o “Daremos al gobierno un ejemplo de democracia” se han oído y leído hasta la saciedad y se han incumplido clamorosamente.

Las declaraciones posteriores han sido por un lado contradictorias, lo que entra de algún modo en la normalidad mitinera y por el otro sencillamente falaces, alardeando de una adhesión voluntaria de los trabajadores que en muchos casos, muchísimos, fue condicionada por las amenazas de unos piquetes que se denominan informativos en un alarde de eufemismo o de lenguaje simplemente engañoso.

En las principales arterias comerciales de las ciudades se obligó al cierre de los establecimientos –fundamentalmente las franquicias de las grandes marcas por aquello de la repercusión mediática- inutilizando las cerraduras con silicona, insultando a los clientes, pintando las cristaleras o amenazando a los empleados. Todo métodos de exquisita inspiración democrática como puede verse.

La incapacidad de diálogo y negociación de quien nos administra, de nuestros representantes en las distintas instituciones o incluso de los sindicatos de corte decimonónico que padecemos es infinita y sobre todo preocupante para la ciudadanía y para el Estado en sí mismo.

El martes día veintiocho escuché un debate radiofónico acerca de la dichosa huelga y a pocas horas de su inicio. Un representante del PSOE, uno del PP, uno de los sindicatos y otro de la patronal.

En ningún momento cedió ninguno de ellos ni un ápice de su posición. Nunca. Quien representaba las organizaciones sindicales se mostraba encantado de estar en posesión de la verdad y del arma poderosa que haría doblar la espalda al ejecutivo, quien defendía la actuación gubernamental enumeraba largas listas de éxitos, la oposición jugaba a lo de siempre, esto es a decir justo lo contrario aunque ello lleve a menudo a contradicciones sonrojantes y el portavoz de la patronal, que bastante tiene con ocultar las vergüenzas de algunos de sus dirigentes, echaba balones fuera.

Con estos mimbres poco se puede hacer. O todo, si el país hace lo de siempre: trabajar, inventar, ir a la suya y salvar obstáculos a pesar de la mediocridad de quien nos dirige. Desobedecer sin excesivos riesgos, evitar los charcos demasiado profundos e improvisar, asignatura en la que somos catedráticos.


Pierre Roca