Los fabricantes de coches andan desorientados.
A pesar del continuo encarecimiento de los combustibles fósiles, de las cada vez más estrictas limitaciones de velocidad, del colapso de autopistas y carreteras y de las medidas disuasorias para el uso del coche particular en el centro de las ciudades, a pesar de todo ello la industria del automóvil, aparentemente ajena a la dirección del viento, sigue proponiendo vehículos que nacen anticuados por su propio concepto.
Los anuncios que se publican en prensa, los reportajes patrocinados en los medios audiovisuales y en general cuanta información se facilita al respecto ponen en evidencia la errática trayectoria de los fabricantes.
Hace un par de meses el potente grupo francés PSA –Peugeot y Citroën- anunciaba un coche de gama media –entre veinte mil y treinta mil euros- a golpe de página entera en los principales periódicos nacionales. El segundo párrafo de la publicidad hacía referencia a un aparato ambientador con varios olores disponibles, por lo visto más relevante para el departamento comercial y los publicistas que la potencia, el consumo, el tipo de combustible. La emisión de gases o las opciones de transmisión del vehículo. Fascinante.
Los intentos de vehículos híbridos son escasos y poco convincentes y el coche eléctrico, atado corto por el escollo aún no resuelto de la escasa capacidad de los acumuladores y la exagerada duración –no menos de cuatro horas- de la operación de recarga, sigue siendo una rareza testimonial. Los otros sistemas alternativos están aún en pañales.
Para salir del marasmo en el que se encuentra, la industria debe remover cimientos y dogmas y plantearse opciones que faciliten el acceso al vehículo y potencien alternativas.
Pienso por ejemplo en opciones de alquiler de vehículos eléctricos cuyos sistemas de acumulación se dispongan de forma que permita el rápido cambio de batería en estaciones de servicio. Fórmulas que propicien el uso a tiempo parcial y generen la cultura de usar determinados bienes sin que seamos sus propietarios.
En un mundo informatizado debería ser fácil usar el vehículo sin más trámite que introducir una tarjeta en la ranura correspondiente. El propietario –empresa filial del fabricante- sabría en todo momento donde se encuentra el vehículo –GPS- y quien lo conduce. Cuando la tarjeta en cuestión no está actualizada en cuanto a la contrapartida económica no se puede acceder al coche. Si esos vehículos tuviesen además un aspecto que los diferenciase de los demás y no pudiesen ser adquiridos –comprados- por otras empresas o particulares se limitarían en gran medida las posibilidades de robo o de uso fraudulento.
Diseñar e implementar medidas efectivas que nos permitan eludir la sumisión petrolera o al menos disminuir su impacto es tarea de todos, pero lo es especialmente de la potente industria automovilística. Hay que arrumbar las ideas preconcebidas, cambiar esquemas, inventar nuevas formas de negocio y hacer propuestas eficientes, valientes e ilusionantes.
Las reliquias al museo.
Pierre Roca
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