El colectivo Contrastant dio por finalizada su trayectoria en febrero del 2007.
Se trataba de un grupo de profesores de universidad que invirtió dosis considerables de sentido común y de aritmética básica para encauzar los desproporcionados datos de asistencia a las manifestaciones de todo pelaje que tenían y siguen teniendo lugar en la piel de toro.
El procedimiento es de lo más sencillo: se calcula la superficie del espacio público por el que discurre la manifestación y se aplica la fórmula comúnmente aceptada de 3,3 personas por metro cuadrado.
Para comprobar el fundamento de la fórmula les sugiero que marquen en el pavimento de su domicilio un cuadrado de uno por un metro e inviten a sus familiares, amigos o conocidos a situarse en él. De ese modo tan sencillo podrán observar que la sensación de aglomeración es notable y podrán imaginar de paso que andar en ese entorno de densidad humana es difícil y agobiante.
Fui consciente del primer ejemplo flagrante de datos de asistencia a una manifestación poco rigurosos en la que se organizó en Barcelona a raiz del asesinato de Ernest Lluch. Por primera vez se mencionó la cifra mágica del millón de personas y nadie pareció tomarse la molestia de cuestionar el dato.
La manifestación tuvo lugar en el Passeig de Gràcia de la capital catalana. El espacio que se acotó iba desde la Diagonal hasta la parte baja de esa avenida, en su confluencia con Plaça Catalunya. En total once manzanas del Eixample barcelonés.
La longitud aproximada del rectángulo –manzanas de casas más calles- es de 1.450 m. y su anchura 60 m., lo que nos da una superficie de 87.000 m2. Aplicando la fórmula expresada antes –3,3 personas por metro cuadrado- la asistencia máxima de ciudadanos hubiese sido de 287.100 personas.
Asistí a esa manifestación y me consta que en ningún momento se llenó el Passeig de Gràcia en toda su longitud. Admitamos que en algún momento se alcanzasen los tres cuartos.
Me consta asimismo que las dos calzadas laterales y las aceras mostraban un aspecto mucho menos denso que la calzada central, y que incluso en esa parte del paseo los claros eran notables si exceptuamos las primeras filas, siempre más apretadas. Permitían saludar a un conocido, charlar y cambiar de corro sin apreturas.
Con todo ello la cifra máxima de afluencia debió ser de unas doscientas mil personas, que no es poco para una ciudad de aproximadamente millón y medio de habitantes.
Desde el punto de vista informativo con tintes amarillistas el hallazgo del millón fue un éxito. Memorizamos el guarismo y durante bastante tiempo fue de uso común en las charlas de café, en cualquier tertulia e incluso en el taxi. A partir de ese millón mítico las otras manifestaciones multitudinarias del país se han visto obligadas a igualar o superar la cifra. El record lo detenta ahora mismo la manifestación antiabortista organizada en Madrid hace pocos días, en la que se manejan con alegría los dos millones de asistentes. En un debate televisivo posterior, una periodista partidaria de las opciones contrarias al aborto afirmó sin pestañear que la asistencia había sido de “por lo menos dos millones de personas”. Su argumento era de peso: “Era impresionante. Me ha parecido que éramos unos dos millones. O más.”
El desaparecido colectivo Contrastant proporcionaba datos irrefutables, al margen de las tendencias, intereses y apetencias del respetable. Longitud por anchura y tanto por metro cuadrado.
Sin remuneración, sin subvenciones y con escasas simpatías por parte del poder e incluso de los medios, la eficaz herramienta del grupo de profesores expiró hace más de dos años.
Dos millones de asistentes. O más.
Pierre Roca
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