2.06.2010

Nuclear.

Al margen de la esperpéntica polémica acerca de la ubicación del almacén de combustible nuclear fuera de uso, conviene echarle una mirada desapasionada al asunto de las energías en nuestro país.

Lo fácil y recurrente es posicionarse a favor o en contra de la energía nuclear, sin por ello adentrarse de forma clara en la cuestión.

Otra cosa es la coherencia, bastante más difícil de asumir y de mantener sin aceptar la cuota de responsabilidad de cada uno de nosotros.

El estado español ha experimentado en las últimas décadas un impresionante incremento de las necesidades de energía. En determinado momento y siguiendo una pauta iniciada por otros países industrializados se optó por completar el abastecimiento de energía eléctrica con varias centrales nucleares ubicadas en distintos puntos de nuestra geografía. En aquellos tiempos las llamadas energías alternativas o renovables eran poco más que el sueño utópico de un puñado de adelantados.

Lo atómico adoleció desde el primer momento de la mala prensa que lo presenta cómo el invento diabólico que se llevó por delante cientos de miles de vida en el episodio final de la segunda guerra mundial. Hiroshima y Nagasaki.

En los últimos veinte años los sistemas de generación de energía a partir de la luz solar y del viento se han perfeccionado, llegando a niveles de eficiencia muy importantes que han permitido la construcción de buen número de parques fotovoltaicos o eólicos, todos ellos conectados a la red. Debido a las características geoclimáticas de la península ibérica nos hemos convertido en poco tiempo en referencia mundial en el campo de las energías renovables, cuya presencia en la red y en consecuencia en el consumo es notable en determinados días en los que concurren los factores adecuados: insolación y viento.

A nadie se le escapa que a pesar de todo lo sostenible sigue en mantillas, no obstante el permanente y considerable esfuerzo en investigación y desarrollo. El asunto de la conservación de energía, sin ir más lejos, está aún lejos de estar solucionado.

Lo ideal sería vivir de viento y de sol, pero aún estando ahora mismo más cerca que nunca de ese horizonte nos queda no poco camino que recorrer.

Entre la situación actual y el paraíso de un futuro energético hecho de viento y de sol encontramos el escenario más que previsible del aumento de precio de la energía fósil y su agotamiento en un plazo aún no concretado, todo ello con el aumento desbocado de la población mundial, la previsión de mayores necesidades y la espada de Damocles del calentamiento global.

Parece evidente que necesitamos un crédito-puente energético. Un compromiso entre las centrales de ciclo renovable –caras y sucias- y la paradisíaca perspectiva de la tecnología sostenible. La opción que parece más eficiente ahora mismo, que hemos experimentado con éxito y que sabemos manejar es la energía nuclear, por mucho que la palabra nos estremezca y que el sistema nos deje el legado de esos residuos que no sabemos donde almacenar pero que la sociedad debe asumir como parte del peaje.

Lo contrario, la prohibición tajante de las nucleares, el rechazo frontal a lo que poluciona y el único recurso a lo que la naturaleza prodiga tiene un precio ahora mismo que nadie parece dispuesto a pagar: desenchufar, andar, descartar cuanto funciona con electricidad, petróleo o gas y retroceder un par de siglos.

No me parece una opción envidiable ni me parece la respuesta más inteligente.


Pierre Roca