Lo que he leído, visto y oído acerca de la visita a Andalucía de la esposa del presidente de los Estados Unidos de América me ha dejado perplejo.
Comentan y no acaban de las largas colas de notables de todo cuño esperando en la parte trasera del hotel para depositar variopintos obsequios en las manos del edecán de turno que agradecía lo justo y entregaba el regalo al servicio de seguridad de la señora. Allí, en el dispositivo de seguridad, se analizaba el espectacular ramo de flores por si escondía una trampa explosiva o una zarza envenenada que pudiese dañar a la dama o se diseccionaban unos jamones que nunca viajarían al país norteamericano puesto que el vigente acuerdo aduanero prohíbe de modo terminante que el hueso, ánima de la pata posterior del cochino, acompañe la carne curada que lo envuelve en su desplazamiento.
Aseguran que largas filas de orgullosos hidalgos ofrecían sus productos esperando de ese modo no se sabe qué prebendas, privilegios o simplemente impactos publicitarios de los que ahora se habla en cualquier taberna de esquina.
Es de esperar que el experimentado departamento de Estado yanqui disponga de un protocolo para hacer frente a esos excesos de generosidad y ceda graciosamente a cualquier institución benéfica aquellas dádivas que los reglamentos o la sensatez o la capacidad de carga del “United States Two” impiden viajar.
Tengamos además en cuenta que los regalos que reciben las más altas jerarquías del Estado pasan a formar parte del patrimonio nacional, un destino que por razones obvias no puede acoger productos perecederos, lo que afecta de modo especial a las diversas chacinas que los terratenientes locales ofrecieron a la ilustre señora.
No sé si cuando los Obama visitaron Francia fueron obsequiados por los “paysans” con tarrinas, hígados grasos y otras delicias del terruño galo, aunque intuyo que no faltó algún vino del más rancio abolengo y “champagnes millésimés” de la máxima calidad.
El sorprendente espectáculo de los regalos en Marbella me parece más próximo a las visitas de jerarcas a África, aunque la última moda en esas cuestiones y en aquellos pagos es ahora el saquito de diamantes, servido en la habitación del hotel a altas horas de la madrugada en un entorno peliculero y francamente hortera.
Este país nuestro no deja pasar una ocasión para poner de relieve aquello del peculiar gracejo, de la tradicional hospitalidad y de una generosidad por lo visto ilimitada si hay impactos de esos en el horizonte.
Las televisiones que viven del menudeo popular desplazan a Marbella –por qué razón eligió miss Obama ese lugar ?- legiones de becarios/as que entrevistan lo que se les pone por delante para que no falte la carnaza.
“Y usted qué le ha regalado ?”, preguntan. Y es que si no te has marcado un regalo a la primera dama no eres nadie. O casi nadie.
Pierre Roca
Comentan y no acaban de las largas colas de notables de todo cuño esperando en la parte trasera del hotel para depositar variopintos obsequios en las manos del edecán de turno que agradecía lo justo y entregaba el regalo al servicio de seguridad de la señora. Allí, en el dispositivo de seguridad, se analizaba el espectacular ramo de flores por si escondía una trampa explosiva o una zarza envenenada que pudiese dañar a la dama o se diseccionaban unos jamones que nunca viajarían al país norteamericano puesto que el vigente acuerdo aduanero prohíbe de modo terminante que el hueso, ánima de la pata posterior del cochino, acompañe la carne curada que lo envuelve en su desplazamiento.
Aseguran que largas filas de orgullosos hidalgos ofrecían sus productos esperando de ese modo no se sabe qué prebendas, privilegios o simplemente impactos publicitarios de los que ahora se habla en cualquier taberna de esquina.
Es de esperar que el experimentado departamento de Estado yanqui disponga de un protocolo para hacer frente a esos excesos de generosidad y ceda graciosamente a cualquier institución benéfica aquellas dádivas que los reglamentos o la sensatez o la capacidad de carga del “United States Two” impiden viajar.
Tengamos además en cuenta que los regalos que reciben las más altas jerarquías del Estado pasan a formar parte del patrimonio nacional, un destino que por razones obvias no puede acoger productos perecederos, lo que afecta de modo especial a las diversas chacinas que los terratenientes locales ofrecieron a la ilustre señora.
No sé si cuando los Obama visitaron Francia fueron obsequiados por los “paysans” con tarrinas, hígados grasos y otras delicias del terruño galo, aunque intuyo que no faltó algún vino del más rancio abolengo y “champagnes millésimés” de la máxima calidad.
El sorprendente espectáculo de los regalos en Marbella me parece más próximo a las visitas de jerarcas a África, aunque la última moda en esas cuestiones y en aquellos pagos es ahora el saquito de diamantes, servido en la habitación del hotel a altas horas de la madrugada en un entorno peliculero y francamente hortera.
Este país nuestro no deja pasar una ocasión para poner de relieve aquello del peculiar gracejo, de la tradicional hospitalidad y de una generosidad por lo visto ilimitada si hay impactos de esos en el horizonte.
Las televisiones que viven del menudeo popular desplazan a Marbella –por qué razón eligió miss Obama ese lugar ?- legiones de becarios/as que entrevistan lo que se les pone por delante para que no falte la carnaza.
“Y usted qué le ha regalado ?”, preguntan. Y es que si no te has marcado un regalo a la primera dama no eres nadie. O casi nadie.
Pierre Roca
1 comentari:
Muy bueno el post Pierre. Por cierto ¿le hemos regalado alguna cosa? no vaya a pensar que... ;-)
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