8.18.2011

Católicos.


El anticlericalismo ha sido siempre uno de los rasgos característicos de nuestra cultura.

Un anticlericalismo a menudo feroz, racial, escasamente informado y que tiende a los excesos y a atribuir a la Iglesia católica buena parte de las miserias que nos afligen. Una radicalidad muy parecida, por cierto, a la de los creyentes más acérrimos.

Desde que se anunció la organización en Madrid de la llamada Jornada Mundial de la Juventud, se entiende que de la juventud católica, se han vertido acusaciones de todo tipo, gusto y color.

No me considero católico ni estoy adscrito a cualquier otra confesión religiosa. Fui bautizado en una época en la que no había otra alternativa, asistí a misa con mis padres durante unos años, cursé una mínima parte de mi formación primaria en una escuela dirigida por jesuitas y me fui distanciando de la religión a medida que fui creciendo y ganando parcelas de autonomía en lo que atañe al pensamiento, sin por ello desarrollar el odio contra el catolicismo que advierto estos días en los medios y en algunos de mis paisanos.

Los católicos, sean practicantes o no, sean ministros de la Iglesia o ciudadanos de a pie que no saben ni porqué afirman que pertenecen a esa confesión, no me parecen mejores ni peores que los ateos o los seguidores de cualquier otra deidad. Hay católicos la mar de buenos y otros que conviene mantener alejados. Igual que en cualquier otro ámbito social, profesional, político, religioso o incluso familiar. Ni más ni menos.

La "Jornada Mundial" en cuestión ha suministrado carnaza a los aprendices de brujo que habitan las llamadas redes sociales para cargar con todo el equipo contra el Papa, sus seguidores y cuantos simpatizan con la religión católica. Las mentes preclaras de los de la queja permanente en cualquier dirección imparten consejos sobre la forma, por ejemplo, de emplear mejor los dineros invertidos en el evento. Aseguran que quien paga es papá estado y que eso es intolerable por un sinfín de razones, haciendo caso omiso de las informaciones que afirman que la financiación del grueso del acontecimiento procede de los fondos de la Iglesia, de donativos y del patrocinio de unas cuantas empresas. Afirman sin datos, sin conocimiento de causa, con su criterio cómo única referencia.

Mencionan con entonación dramática los desmanes, los delitos y los errores de algunos sacerdotes y miembros de la jerarquía eclesiástica, cómo si el resto de los que habitamos el planeta fuésemos la perfección personificada.

Me duele constatar las sandeces en las que cae gente que respeto pero que se deja llevar por determinadas corrientes de opinión, por modas o simplemente por alguna intolerancia latente de la que deberían preocuparse.

Si tanto les molesta la Iglesia católica –curiosamente no parecen afectarles otras confesiones cuya doctrina es bastante más discutible- no acudan a sus templos, ni se conviertan en portavoces de sus encíclicas ni ofendan innecesariamente a los fieles.

No soy religioso pero sugiero respeto, respeto y más respeto para los que lo sean, para sus dioses, sus creencias y sus ritos, siempre que no entren en colisión con las esencias de la vida democrática.

Siempre que esas confesiones respeten la condición humana, la libertad y el libre albedrío de todas las mujeres, de todos los hombres.


Pierre Roca