Bárcenas, Luis para los íntimos, es un tipo de personaje que abunda. He
conocido a unos cuantos cómo él y siempre me ha gustado verlos actuar.
Para ser cómo don Luis no es indispensable mucha cultura ni títulos
universitarios ni familia acaudalada, aunque eso, lo de la familia, siempre
ayude. Lo indispensable es el afán de dinero, el hambre de riqueza y la
necesidad casi enfermiza de gastar, lucir y frecuentar los lugares flagrantes,
sin por ello perder el mundo de vista.
Luis Bárcenas me recuerda un chatarrero que conocí hace años. Siempre
vestido de forma impecable, siempre en las mejores mesas y siempre con la
antena puesta, atento al negocio que podía surgir. No era un hombre de cultura,
sus opiniones tendían a lo básico, no era guapo ni especialmente atractivo,
pero tenía un especial olfato para el dinero.
Compartimos unos cuantos negocios puntuales. Cuando quien negociaba era yo,
se ganaba dinero, pero su intervención mejoraba siempre las expectativas. Lo
tenía todo bajo control, seducía a la otra parte e incrementaba sistemáticamente el
resultado de esas operaciones puntuales. Un fiera.
Por lo que me huelo, Bárcenas lo tiene todo bajo control. Listas
comprometedoras, datos e informaciones que destila cuando y cómo le conviene,
otras que tiene a buen recaudo y alguna sorpresa que suministrará cuando toque.
No es de los que se arriesgan ni es impulsivo. Es un tipo frío, calculador
y que prevé las distintas alternativas que se le pueden presentar.
Si no fuese así habría desaparecido hace semanas de las portadas de la
prensa y los responsables del partido del que tan bien supo servirse para
conseguir algo de calderilla respirarían aliviados.
La famosa lista que depositó en una notaría madrileña debe contener su
seguro de vida. Los nombres y las referencias de los que hicieron donaciones
cómo no hay que hacerlas, los que trincaron para compensar así el servicio al
partido y su mala conciencia –“si me arriesgo, merezco algún premio”- y algunos
otros que se apuntaron a ese cuerno de la abundancia puntual.
Con esa bomba de relojería en el cajón adecuado don Luis soporta con
ejemplar paciencia y admirable estoicismo la mínima incomodidad temporal de no
poder viajar fuera del solar patrio, mientras espera que unos y otros tomen las
decisiones oportunas. ¿Tienen vocación suicida los políticos de ese gran
partido que ahora se agitan incómodos en el escaño o la poltrona? No, claro que
no. Por eso están que trinan, arbitran fórmulas, maneras y trucos de soslayar
el jodido obstáculo y se arrepienten de los deslices del pasado, rezando para
que el antiguo tesorero no pierda las formas ni la paciencia.
Por eso mismo Bárcenas está tranquilo, sin dejar de pensar en los ases que
tiene en el cajón de marras y en la bocamanga.
Me fascina imaginar las llamadas o los encuentros secretos o los recados
que le llegan mediante emisarios interpuestos. Los ofrecimientos de componenda,
los posibles apaños, las muchas y variadas formas de cerrar el asunto quedando
como amigos y sin que nadie pierda la camisa.
Todo entre caballeros, quede claro. Todo sin amenazas ni malos gestos ni
palabras disonantes.
Espero que el asunto y el personaje se estén estudiando y aparezcan más
pronto que tarde en los créditos de las escuelas de negocios. Y en las de
diplomacia, que esas tácticas son muy útiles en ese ámbito.
Espero finalmente que al personaje se le honre como merece por poner en
semejante brete al gobierno surgido de la mayoría absoluta. Es posible que no
sea el hombre más honesto del mundo pero son evidentes su inteligencia intuitiva,
su instinto y su gusto por el juego y por las situaciones enrevesadas que sacan
de quicio a sus acartonados oponentes.
Chorizo o no, el señor Bárcenas es el ejemplo vivo del triunfador en
versión española. Un tipo salido de la nada que consigue hacerse
multimillonario aprovechándose de las malas artes ajenas. ¡Un genio!
No es Robin Hood pero cae simpático. Larga vida, don Luis!
Pierre Roca
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