8.08.2012

Intolerancia.



La intolerancia sigue entre nosotros, mal que nos pese a los optimistas, entre los que me encuentro.

Una de las características de la raza –la de los habitantes de la parte española de la piel de toro- es la tendencia a esquematizar, a reducir al mínimo común denominador las distintas tendencias, puntos de vista, criterios y talantes. Todo se reduce al blanco y al negro, al sí y al no, bueno o malo.

En el ámbito de la política, o más bien de la política de café –o de red social en estos tiempos- se reproduce el esquema, reduciendo los contrincantes al facha y al rojo. Si uno carga a la izquierda se convierte en rojo para la otra parte y si lo hace a la derecha se le adjudica sin mayor trámite el facherío. Y punto.

Los matices, las medias tintas y las gamas de grises no son lo nuestro. Uno es lo que es y aquí sólo se puede ser facha de brazo en alto o rojo de revolución y foto del mismísimo Che en el recibidor del pisito.

Por extensión son fachas todos los empresarios. Todos todos. Y también por extensión son rojos cuantos defienden el aborto, la homosexualidad y el feminismo. Sin discusión, sin lugar para la discrepancia. ¡A callar!

La intolerancia no es asunto exclusivo de unos o de otros. ¡Qué va! Es intolerante el ciudadano de derechas, pero el de izquierdas no le va a la zaga. Permeables a lo que les conviene, ambas facciones han incorporado con el paso del tiempo un fundamentalismo que ya querrían para sí muchos talibanes de los de turbán, barba y ademán iracundo.

En las relaciones sociales o aun familiares debe andarse con cuidado. Uno se atreve a defender un criterio o un punto de vista contrario al sentir del grupo y el epíteto surge presto: “Tú eres un facha de mierda”. O lo contrario, en función del grupo en el que nos encontremos: “Vaya, otro socialista asqueroso”.

En plena transición, hace más de treinta años, se me ocurrió mediar en una trifulca callejera de tintes políticos. Un grupo de exaltados se disponía a linchar a dos adolescentes de estética derechosa que se habían atrevido a pronunciar no sé qué palabra inconveniente. Se veía claro que podían dejarlos malheridos, me acerqué e intenté quitarle hierro al asunto. Los exaltados dejaron entonces de fijarse en los dos niñatos y la emprendieron conmigo a empujones e insultos varios. Por suerte para mí –de lo contrario no estaría tecleando en este momento- aparecieron dos furgonetas de “grises” y el valiente comando que se disponía a darme la del pulpo se dispersó en instantes.

Un fenómeno parecido se observa ahora en las llamadas redes sociales. Emitir en alguno de esos foros una opinión que matice cualquier soflama o que ponga en duda una información de procedencia más que dudosa o de contenido tendencioso es exponerse a descalificaciones inmediatas por parte de los que abundan en el catastrofismo, que propagan entre signos de admiración las noticias que más les convienen y que prevén males y desgracias sin cuento para la sociedad en la que vivimos. Individuos, quiero dejarlo claro, de uno u otro signo. Eso es lo de menos.

Para hacer la prueba del algodón no es necesario ni tan siquiera llevarles la contraria; basta con intentar matizar, con poner en evidencia alguna contradicción flagrante o con proponer otras fuentes por aquello de contrastar la información que se debate. Cualquier comentario, duda o razonamiento que no coincida con “lo que se lleva” provoca reacciones iracundas y aseveraciones dignas del patio de una escuela.

No damos para mucho más y los políticos que padecemos están hechos –y elegidos- a nuestra imagen y semejanza.

¿Cuánto tarda un país en madurar? ¿Y sus habitantes? ¿La experiencia del pasado no sirve de nada?

Muchos de ustedes pensaban al empezar la lectura de este texto que “Intolerance” no era más que la gran película del director francés Abel Gance. Lamento defraudarles. La intolerancia es una lacra que convive con los naturales del estado español desde la noche de los tiempos.

Se cura con una medicina de nombre parecido: tolerancia. Lo malo del tratamiento es su escasez. Encontrar tolerancia por estos pagos es tarea ardua.
Pero no imposible.


Pierre Roca

1 comentari:

Xavier Borràs ha dit...

Quanta raó, Pierre. Però la tolerància s'adquireix des de la cultura. I la intolerància ja sabem d'on ve: de la ignorància que el propi sistema promou.