8.28.2012

Sosiego.


Les propongo un divertido ejemplo.

Usted y yo navegamos en una barquita de motor por el litoral.

Usted es de derechas, yo de izquierdas, los dos somos gente moderada en nuestras convicciones. Aun así discrepamos y la charla durante la travesía se polariza. Usted me llama rojo y revolucionario, yo recurro al tan manido “facha”.

Acuso a los suyos de llevar el país a la ruina, usted a los míos de haber socavado las esencias patrias.

De repente tocamos una roca y el agua empieza a entrar en la frágil embarcación. Usted para el motor, yo le conmino a ponerlo en marcha de nuevo y el uno por el otro dejamos que la barca se vaya hundiendo.

Si los dos seguimos añadiendo leña al fuego de la discusión y criticamos cada gesto y maniobra del otro es más que posible que no salgamos vivos del trance. Por suerte el sentido común y la mayor o menor inteligencia de cada uno de nosotros se manifiestan y nos llevan a unir esfuerzos e iniciativas. Yo mismo reconozco su mayor experiencia como navegante, usted la mía como organizador y así, sumando conocimientos y trayectorias, conseguimos llegar a la costa, abrazarnos en la orilla y correr hacia el primer chiringuito para celebrar que seguimos vivos.

Algo así le ocurre al país. Las distintas facciones en liza se echan los trastos a la cabeza y siguen enfrascadas en el apasionante, pero estéril, debate sobre el sexo de los ángeles. Cada españolito tiene sus propias ideas acerca de la mejor forma de salvarse de la quema y se complace y se lamenta –a partes iguales- pensando en las incuestionables ventajas de su propia solución y en los insalvables inconvenientes de las propuestas ajenas, sean las que sean.

Lejos del sosiego que parece de rigor en una situación que se aproxima a la emergencia nacional, lejos de propiciar un gran acuerdo, lejos de otorgar alguna credibilidad a las opiniones del otro, aquí se siguen destruyendo ideas, voluntades y capacidades.

Se sigue despreciando la experiencia y el conocimiento ajeno y se continúa desconfiando de todos, en un lamentable ejercicio de miseria intelectual que acaba asustando a cualquier habitante de otro país que nos esté observando.

Seguimos haciendo gala de un orgullo trasnochado, de mirada alta y traje raído, de prepotencia anticuada y polvorienta.

De la llamada modernidad nos hemos quedado con las formas sin echarle ni una mirada al fondo, a los cambios reales, a los distintos paradigmas que se suscitan a diario a lo largo y a lo ancho del globo terráqueo.

Que inventen ellos, pero sobre todo que ni se les ocurra enseñarnos nada. ¡Ni los idiomas! Nada.

Los líderes políticos de uno y otro signo harían bien en dar ejemplo de diálogo, de lealtad y de un patriotismo basado en el fondo más que en las formas, todo ello dejando los matices para cuando amaine el temporal. Así, quizá, el país haría ademán de avanzar en la buena dirección, soslayando nuestra secular tendencia a la dispersión, a la beligerancia y a echar por tierra los esfuerzos ajenos.

Antes muerta que sencilla. ¿Se acuerdan?


Pierre Roca