El asunto Urdangarín desata pasiones, algunas filias e infinidad de fobias, muchas de ellas inesperadas o cuanto menos sorprendentes.
Personalmente me fascina la ligereza con la que el personal condena o absuelve, pasándose por el arco del triunfo el trámite de la justicia, ineludible en un estado de derecho.
Si el imputado –palabreja de difícil comprensión que contribuye al desconcierto popular- es alguien de relieve profesional, social o institucional o a quien se le supone una vida cómoda o aún lujosa, la opinión pública se le pone en contra desde el primer momento, atribuyéndole maniobras, actitudes o maquinaciones truculentas con el único fin de aumentar la supuesta fortuna de la que goza y de paso otros privilegios.
Si el supuesto culpable es un choricillo de tres al cuarto o un atracador o un asesino compulsivo el público es mucho más compasivo y tiende a relativizar los crímenes, por execrables que éstos hayan sido.
El diecisiete de mayo del dos mil once publiqué en este lugar un artículo titulado DSK acerca del incidente del que el político francés Dominique Strauss-Kahn, presidente en aquel momento del Fondo Monetario Internacional, había sido supuesto protagonista en un hotel neoyorquino. Puse en duda que ese personaje, un hombre de indiscutible nivel intelectual -y de mi edad- atacase, pene erecto en ristre, a la primera camarera con la que se topase. Daba además algunas razones, ponía de relieve sospechosas coincidencias y sugería que se atendiese al sentido común y a la lógica de las cosas.
El tiempo me dió la razón pero es evidente que no era mucho más que una tregua y que los medios provocan regularmente incendios con los que abastecer su necesidad de escándalos, de portadas espectaculares y de aumento de tiradas o de audiencias.
Los medios encienden la mecha, alimentan el fuego y lo estiran hasta lo imposible con el objeto de vivir del acontecimiento hasta que surja otra oportunidad.
En el caso del señor Urdangarín cada enviado especial, cada corresponsal y cada reportero destacado en Mallorca interpreta a su modo las palabras del primer hujier que se permite filtrar manifestaciones “sotto voce” o de cualquier pasante de tercera que se emborracha con su miserable instante de gloria.
Los unos aseguran que ya está en la cárcel cuando sigue declarando ante el juez instructor, los otros afirman que él y su esposa han comido en determinado restaurante cuando lo han hecho en el palacio de Marivent y otros le atribuyen nuevos delitos de los que dicen tener noticia “de fuentes seguras”.
Defender la neutralidad, la calma o el respeto de los plazos –casi siempre excesivos- de los procedimientos judiciales en estos casos que salen de la rutina, supone burlas, insultos y suspicacias por parte de la gran mayoría de ciudadanos que han condenado de antemano y sin más datos que los titulares de portada de cualquier periódico gratuito recogido en el metro.
Para desgracia de los imputados, culpables o no, y para nuestro bochorno como sociedad, si el personaje se ve finalmente exculpado y queda libre no consigue sacarse jamás de encima los infundios, mentiras y calumnias que se le han dedicado.
La verdadera indefensión, la peor de todas, empieza en ese momento preciso y es una lacra para toda la vida del desgraciado protagonista y para la de su entorno.
Pierre Roca
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