La gran mayoría de gente que conozco y que posee un animal de compañía suele tener con el bicho un trato vejatorio.
No le pegan ni lo maltratan ni lo someten a castigos extremos del modo que imaginamos, pero su relación con la llamada mascota se acerca sospechosamente, en la mayoría de los casos, a la que tendrían con un ser humano –imagine lo bien que le sentaría a usted que lo tratasen cómo a un perro- lo que debe sumir al animal en un mar de dudas y contradicciones.
Mis amigos y conocidos amantes de los animales tiran con fuerza de la correa cuando el perrito quiere oler una farola o un árbol con el fin de detectar el sexo, edad y condición del can que ha orinado allí previamente. El dueño tira de la correa y el pobre animal se esfuerza para acercarse al olor que atrae a los de su raza desde la noche de los tiempos. Sucede algo parecido cuando coinciden con otro perro y ambas bestias sacan a relucir su componente social y quieren saltar, jugar y hablar de sus cosas sin que los amos les fastidien el encuentro, o enfadarse por razones que sólo ellos conocen y dilucidar con cuatro gruñidos quien es el más fuerte.
Todos o casi todos los poseedores de mascotas que conozco capan a los machos y esterilizan a las hembras “por su bien”, sin que me conste que hayan mantenido previamente una charla con el animalito, requiriendo su punto de vista.
Por razones estéticas y en consecuencia más difíciles de entender se les recorta las orejas o se les cercena el rabo reduciéndolo a algo parecido a un muñón. “Así están más guapos” arguye el propietario, sin haber consultado previamente con el bicho sus preferencias estéticas.
Otras personas usan a su perro, gato, canario o cualquier otro animal cómo interlocutor para combatir la soledad. Le hablan cómo usted y yo hablamos con cualquier persona, le cuentan sus cuitas y le consultan el itinerario del paseo diario.
Casi todos se manifiestan con vehemencia a favor de los animales, participan en campañas contra el maltrato de tal o cual especie y se indignan contra el abandono de mascotas, sin por ello dejar de consumir pollo, bistés de ternera, costillas de cordero, conejo, merluza, mejillones o gambas, seres que por lo que intuyo pertenecen a otra escala social y pueden ser cazados, pescados y convertidos en alimento humano sin más preocupaciones.
Una de mis conocidas, poseedora de un mastín de porte altivo y aristocrático “pedigree”, ni se inmuta cuando mueren de hambre unos miles de niños en cualquier lugar del planeta pero se moviliza cuando ve la foto de un perro famélico. No es una mala persona pero algo en su forma de pensar la lleva a anteponer los animales, no todos, claro, a los seres humanos. Su mastín ha sido entrenado por un experto y hace mil monerías, obedece y sobre todo calla. Es un perro sometido a base de piensos enriquecidos, trocitos de solomillo y una sesión de lavado y peluquería por semana.
Un pobre animal.
Pierre Roca
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